sábado, 10 de agosto de 2013

© Capítulo 2


                                                                     

Antes de que llegara a su casa, se llevaba cuando menos una  hora en vestirse y pintarse. Se plantaba delante del armario y se quedaba pensativa eligiendo el conjunto más apropiado. Luego se iba al baño y se ponía delante del espejo a depilarse y maquillarse cuidadosamente.  Muchas veces hablaba sola mientras se miraba e imaginaba que había allí alguna amiga a su lado. Quería no parecer tan vieja delante de él e incluso  se iba a tiendas de ropa de estilo más juvenil. Al principio él iba a visitarla dos o tres veces en semana pero después llegó a ir hasta cuatro. Todo dependía de la disponibilidad de él y por supuesto de la cartera de ella. Con el tiempo las salidas empezaron a hacerlas también de noche. En homenaje a su difunto esposo, Carmen Sastre le pidió un día quedar los domingos por la tarde. Mucho antes de que muriera el marido, ya solían hacerlo los dos. Cada día que venía a visitarla, ella tenía una ilusión especial. Aquél ligero nerviosismo que sintió la primera mañana que empezó a pintarle la casa, no se había extinguido. Ni mucho menos. Iba cada vez a más. Cuando estaba sola sentada en el sofá de la salita y se acordaba de que al día siguiente  ya estaría allí, a su lado, intentando velar por ella y sacándola a pasear, empezaba en su estómago un ligero hormigueo que aumentaba según el momento se iba acercando. Echaba de menos de hacía ya mucho tiempo, años, un hombre a su lado. Aunque fuera sólo  para  charlar o simplemente poder mirarlo. Ya no pedía mucho más. Tan solo la compañía. Alguien que la sacara de la monotonía que tanto le pesaba a veces, especialmente en invierno ¡Y aquél se parecía a Paul Newman pero con rasgos latinos, nada más y nada menos! Y lo mejor de todo es que él ni se había dado cuenta de lo guapo que era a pesar de que estaba a punto de cumplir los cincuenta. Eso era lo mejor que tenía: que nunca se había percatado. Hacía más de diez años que su marido murió y desde entonces había vivido sola. Estaba ya acostumbrada a ello, así, sin más compañía que sus libros. Muchas veces se planteó lo de conocer a alguien pero luego recapacitaba y se daba cuenta que aunque muchas veces le apeteciera esa compañía,  ¿ya a su edad a quién iba a encontrar? ¿A un vejestorio como ella y que además le tocara luego cuidarlo? Pues iba a ser que no. Para eso se quedaba como estaba porque ya mismo tendrían que cuidarla a ella. A veces la idea de acostarse  con alguien que no fuera su esposo le producía hasta repulsión pero tampoco buscaba eso a su edad. Se conformaba con la compañía y ¿nada más, Carmen? Se preguntaba ella misma a veces. Entonces Ángel C. era su hombre ideal. El que nunca tuvo.

                                          

 

                                         

                                

 

   

martes, 6 de agosto de 2013

EL AUTOR HA CONFESADO:

"Es una obra llena de intimidad y originalidad.  Aquí los asesinos son como tiene que ser en todos lados: muy imprevisibles."