domingo, 11 de agosto de 2013
sábado, 10 de agosto de 2013
© Capítulo 2
Antes de que
llegara a su casa, se llevaba cuando menos una
hora en vestirse y pintarse. Se plantaba delante del armario y se
quedaba pensativa eligiendo el conjunto más apropiado. Luego se iba al baño y
se ponía delante del espejo a depilarse y maquillarse cuidadosamente. Muchas veces hablaba sola mientras se miraba
e imaginaba que había allí alguna amiga a su lado. Quería no parecer tan vieja
delante de él e incluso se iba a tiendas
de ropa de estilo más juvenil. Al principio él iba a visitarla dos o tres veces
en semana pero después llegó a ir hasta cuatro. Todo dependía de la
disponibilidad de él y por supuesto de la cartera de ella. Con el tiempo las
salidas empezaron a hacerlas también de noche. En homenaje a su difunto esposo,
Carmen Sastre le pidió un día quedar los domingos por la tarde. Mucho antes de que muriera el marido,
ya solían hacerlo los dos. Cada día que venía a visitarla, ella tenía una
ilusión especial. Aquél ligero nerviosismo que sintió la primera mañana que
empezó a pintarle la casa, no se había extinguido. Ni mucho menos. Iba cada vez
a más. Cuando estaba sola sentada en el sofá de la salita y se acordaba de que
al día siguiente ya estaría allí, a su
lado, intentando velar por ella y sacándola a pasear, empezaba en su estómago
un ligero hormigueo que aumentaba según el momento se iba acercando. Echaba de
menos de hacía ya mucho tiempo, años, un hombre a su lado. Aunque fuera
sólo para charlar o simplemente poder mirarlo. Ya no
pedía mucho más. Tan solo la compañía. Alguien que la sacara de la monotonía
que tanto le pesaba a veces, especialmente en invierno ¡Y aquél se parecía a
Paul Newman pero con rasgos latinos, nada más y nada menos! Y lo mejor de todo
es que él ni se había dado cuenta de lo guapo que era a pesar de que estaba a
punto de cumplir los cincuenta. Eso era lo mejor que tenía: que nunca se había
percatado. Hacía más de diez años que su marido murió y desde entonces había
vivido sola. Estaba ya acostumbrada a ello, así, sin más compañía que sus
libros. Muchas veces se planteó lo de conocer a alguien pero luego recapacitaba
y se daba cuenta que aunque muchas veces le apeteciera esa compañía, ¿ya a su edad a quién iba a encontrar? ¿A un
vejestorio como ella y que además le tocara luego cuidarlo? Pues iba a ser que
no. Para eso se quedaba como estaba porque ya mismo tendrían que cuidarla a
ella. A veces la idea de acostarse con
alguien que no fuera su esposo le producía hasta repulsión pero tampoco buscaba
eso a su edad. Se conformaba con la compañía y ¿nada más, Carmen? Se preguntaba
ella misma a veces. Entonces Ángel C. era su hombre ideal. El que nunca tuvo.
martes, 6 de agosto de 2013
EL AUTOR HA CONFESADO:
"Es una obra llena de intimidad y originalidad. Aquí los asesinos son como tiene que ser en todos lados: muy imprevisibles."
domingo, 4 de agosto de 2013
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